Terapia y gestión del miedo
“Aprendí que la valentía no es la ausencia de miedo, sino el
triunfo sobre el miedo. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino
aquel que conquista su miedo”. Nelson Mandela.
Todos en algún momento de nuestra vida hemos sentido miedo.
El miedo, junto a la alegría, la tristeza y el enfado forman parte de las
emociones básicas. Se denominan básicas porque son comunes en
todas las culturas y sociedades a lo largo del tiempo. Debido a nuestra forma de percibir el mundo e
influenciados por la sociedad y la cultura en la que vivimos, polarizamos la
realidad, diferenciando entre aquellas emociones que definimos como “buenas” y otras “malas”. Entre las malas incluimos emociones como la tristeza, el
enfado y el miedo, pues nos generan una sensación desagradable, mientras que
otras como la alegría las consideramos buenas, pues nuestra percepción de ella
es agradable. Sin embargo, si hacemos un
análisis más en detalle, veremos que emociones como la alegría, pueden acabar
percibiéndose de forma negativa, según el grado en que las vivamos; por ejemplo
por exceso la alegría nos puede llevar a la euforia, estado en que no vemos al
otro y en el que podemos volvernos temerarios, con el peligro que esto puede
conllevar para nuestra salud. De esta forma toda emoción presenta un lado sano
y otro neurótico. Esta diferenciación surge de dos aspectos que considero
fundamentales:
El primero es la cualidad de la emoción como algo temporal.
Esta afirmación parte del principio que la emoción surge como producto de la
relación que establecemos con algo o con alguien en un momento determinado.
Cuando el estímulo desaparece, también debería hacerlo la emoción. Si la
emoción permanece en el tiempo podemos empezar a pensar en una emoción irracional
y desproporcionada. Por ejemplo imaginemos que
salimos a la calle y está a punto de atropellarnos un coche. Nuestro
cuerpo reaccionará ante la situación presente sintiendo miedo, el miedo nos
alertará del peligro inminente y nos permitirá actuar. No obstante, si a partir
de ese día nos negamos a salir a la calle por miedo a ser atropellados,
convertimos una emoción racional y práctica, en otra de irracional y patológica,
pues el estímulo que originó el miedo ya ha desaparecido.
En segundo lugar, y como ya he comentado, el juicio que
hacemos de las emociones también es un condicionante importante en cómo las
vivimos. El miedo por ejemplo es una emoción habitualmente criticada, evitada e
incluso negada, pues tradicionalmente la asociamos con ser débil y cobarde.
Seguramente todos tenemos vivencias personales al respecto, sobretodo en la infancia,
cuando se nos alentaba a tener que ser valientes y a dejar el miedo de lado.
Si partimos de estos dos aspectos, podemos hablar de dos
tipos de miedo, uno funcional y otro limitante. El miedo funcional nace de una
sensación de amenaza ante un peligro presente, por el posible daño que éste nos
puede causar. Este tipo de miedo nos aporta prudencia, nos permite reaccionar
rápidamente ante una situación susceptible de causarnos daño y nos faculta para
anticipar problemas. En su vertiente saludable, esta emoción nos ayuda a
valorar aquello que consideramos importante en nuestra vida, para así tomar las
decisiones que estimamos oportunas. Es un tipo de miedo que favorece la
experiencia y el aprendizaje en nuestra vida, pues nos enseña a distinguir
entre aquello que nos conviene y aquello que nos daña. Sin este miedo no
hubiésemos podido avanzar como especie.
A diferencia del miedo funcional, el limitante es aquel que
nos paraliza, nos enfría bloqueando la experiencia presente. Este tipo de miedo
está relacionado con peligros imaginarios, con origen en alguna experiencia vivida
en el pasado, o bien con la previsión catastrófica que hacemos de hechos
futuros. Ambos tienen en común que únicamente existen en nuestra mente, y no en
la realidad presente. A diferencia del miedo funcional, el limitante queda
enganchado en nosotros, y no desaparece al hacerlo el estímulo externo que lo ha
generado. En estos casos la emoción se convierte en neurótica, se transforma en
un estado alterado de percepción de la realidad, una percepción distorsionada
que alimenta cada vez más nuestro miedo. En estos casos perdemos la capacidad
de vivir el presente, y nos sumergimos en una fantasía en que la realidad es
vista como amenazante y llena de peligros. Este tipo de miedo disfuncional
puede llevarnos a sufrir de ansiedad,
pánico, y fobias, entre otros; estados patológicos que requieren de
ayuda terapéutica.
Si te sientes limitado por tus miedos, te puedo ayudar. LLámame o WhatsApp al 645 368 714 o bien escribe a lesbcn13@gmail.com
Respecto al miedo, y a las emociones en general, es importante destacar un punto esencial, y es que no son los estímulos en sí lo que nos da miedo, sino la asociación que hacemos de ellos. Es por tanto una interpretación subjetiva, que en mayor grado se deriva de experiencias personales, valores y creencias propias. Por este motivo una gestión saludable del miedo parte por relacionarnos con éste desde otro lugar, viéndolo como un aliado, en vez de como a un enemigo. Debemos comprender que el miedo no es dañino, es su gestión la que puede serlo.
Con el objetivo de mejorar nuestra relación con el miedo,
aquí os dejo unas recomendaciones que os pueden ayudar a gestionarlo de una
forma más saludable:
Primero: detectar a qué tenemos miedo. Existen
multitud de miedos, concretar nuestro miedo ayuda a no exagerarlo ni a
minimizarlo.
Segundo: Relacionado con el primer punto, es
importante que nos preguntemos si el miedo surge por un estímulo real,
presente, o bien si tiene su origen en nuestra mente, ya sea por alguna
experiencia pasada, o por una proyección que hacemos sobre el futuro.
Tercero: Permitirse sentir el miedo, no
juzgarlo ni luchar contra él. La tendencia general es la de reprimir o evitar
las situaciones, cuando asumimos que estas pueden ser generadoras de miedo. La
evitación únicamente debe ser utilizada en casos puntuales, por ejemplo cuando
ante una situación externa, y después de hacer un balance entre la amenaza
percibida y nuestros recursos, estimamos oportuno evitar la situación. Un
ejemplo podría ser tener que enfrentarnos en una pelea a un tipo experto en Karate
y que mida el doble que nosotros, lo prudente sería en este caso la evitación,
si no queremos que nos hagan daño.
Cuarto: asumir nuestra responsabilidad de
gestionar lo que nos pasa, lo que sentimos y el juicio que aparece ante lo que
nos sucede; por ejemplo no es lo mismo decirnos; “soy un cobarde si siento miedo”, que “tengo
miedo, lo asumo y puedo hacer algo”. Es importante darnos cuenta de cuáles
son nuestras creencias y nuestros valores al respecto. Por este motivo debemos
tomar conciencia de qué apariencia adopta nuestro discurso interno ante el
miedo; por norma general los mensajes
que nos mandamos toman dos formas, una como la voz acusadora, que nos juzga y
nos envía el mensaje de que no deberíamos sentir ese miedo. Esta es una voz que
nos apremia a tener que controlar la emoción. Por otro lado aparece la voz de la
víctima, la que no quiere responsabilizarse, la que desea evitar la situación a toda costa. La víctima se apoya en el discurso “pobre de mi” y culpa al mundo y al
resto de personas del miedo que siente. En ambos casos son mensajes que nos
bloquean y nos paralizan ante el miedo, contribuyendo a hacerlo aún mayor.
Quinto: entender que el miedo es una
emoción vinculada a estar vivos. Siempre que queramos progresar y evolucionar
en nuestra vida seguirá apareciendo el miedo. Lo desconocido nos da miedo, salir
de nuestra zona de confort nos incomoda, sin embargo crecer significa
adentrarse en caminos desconocidos. El miedo nos aporta conocimientos y
aprendizajes; si evitamos estas situaciones nos estancamos en lo conocido y no
avanzamos en nuestra evolución personal.
Sexto: legitimar el miedo como algo
inevitable en nuestra vida, entender que el miedo es común a todos los humanos
y que no debemos castigarnos por sentirlo. Quién no siente miedo o bien sufre
de algún trastorno mental o bien es un inconsciente.
Séptimo: entender que una correcta gestión
del miedo pasa por transitarlo, no evitarlo, tampoco posponerlo, ni reprimirlo.
La evitación únicamente conduce a que nuestro miedo se haga mayor, y deriva en
situaciones en que aparece el miedo al propio miedo. Una de las formas
efectivas para transitar el miedo irracional y limitante es conectar con el
presente. Esta conexión la podemos hacer a través de tomar conciencia de
nuestra respiración y de cómo sentimos la emoción en nuestro cuerpo. Lo
importante es dejarnos vivir la emoción, sin querer censurarla ni controlarla.
A partir de ese momento podemos adoptar diversas acciones, algunas de tipo
externo, como expresar a alguien abiertamente nuestro miedo, o bien de tipo
interno, como enviarnos a nosotros mismos mensajes tranquilizadores y
reductores del miedo.
Octavo: aunque transitar los propios miedos
no es tarea fácil ni rápida, hemos de ser conscientes de lo que supone no
enfrentarse a ellos, al final uno es responsable de cómo quiere vivir sus
miedos. Vivir evitando o reprimiendo situaciones susceptibles de provocarnos
miedo, nos conduce a limitar nuestra vida y a perder los beneficios que nos
puede aportar la experiencia vivida.
Si sientes que tu vida la controla el miedo y no tú, y te gustaría aprender a gestionar esta emoción de forma saludable, la terapia puede aportarte soluciones. Con la terapia tendrás el apoyo necesario para poder relacionarte con el miedo desde una nueva perspectiva, una más saludable y beneficiosa para tu vida.
Leslie Beebe
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