Emociones (I) La Tristeza

Emociones (I) La Tristeza. En nuestra sociedad occidental un gran porcentaje de la población recibe una amplia formación intelectual y académica, sin embargo no ocurre lo mismo con nuestras emociones y sentimientos. Llegamos a la edad adulta con una profunda carencia en lo que se refiere al conocimiento y gestión de nuestras emociones, básicamente porque ni en el ámbito escolar ni en el familiar se nos ha educado para ello. Aunque actualmente existen proyectos escolares y padres que empiezan a valorar la importancia de las emociones en la educación de los niños, aún queda mucho camino por hacer en este sentido.

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“Educar la mente sin educar el corazón, no es educar en absoluto” Aristóteles

Este desconocimiento de nuestras emociones lleva implícito la desconexión de nuestro centro emocional, por este motivo en más de una ocasión las emociones nos desbordan, nos paralizan o incluso nos conducen a perder el control ante una situación determinada, lo que nos produce sufrimiento y malestar.

Con el objetivo de saber un poco más sobre las emociones y descubrir la mejor forma de relacionarnos con ellas, empiezo una serie de artículos sobre las cuatro emociones básicas; miedo, tristeza, alegría e ira. Hoy veremos la tristeza.

La tristeza es una emoción de intimidad, recogimiento e introspección y está relacionada con la pérdida. Gestionar correctamente la tristeza significa  poder llegar a la aceptación de una situación nueva y diferente, después de haber sufrido una pérdida o haber experimentado un fracaso en nuestra vida. La tristeza nos permite desapegarnos y soltar aquello con lo que manteníamos un vínculo, pero que en el momento actual ya no se encuentra presente.

La tristeza, junto con el miedo, son dos de las emociones más demonizadas y por ello más rechazadas por nuestra sociedad. Los motivos de esta mala imagen son principalmente dos; en primer lugar la sensación desagradable que nos provoca la tristeza. En segundo lugar el posicionamiento de la sociedad respecto a esta emoción, que nos alienta para estar siempre positivos y felices, lo que significa no dar espacio a la tristeza.

Esta actitud de rechazo ante la tristeza provoca que cuando la sentimos, nuestra reacción automática sea querer huir de ella. La realidad es que tenemos una gran dificultad para dejarnos sentir la tristeza, aspecto que deriva en nuestra resistencia para acompañar a otras personas en sus momentos tristes. En este sentido es común decir u oir frases del tipo; “tranquilo, esto se pasará rápido”, “piensa en positivo”, “no es para tanto”, “sé feliz”, etc…

La realidad es que debemos tener la libertad, así como el derecho, de estar tristes, y esto significa abrirnos a la tristeza sin enjuiciarla ni criminalizarla. La tristeza está relacionada con el dolor, por eso nos disgusta, no obstante cuando la reprimimos y la rechazamos el sufrimiento se hace mucho mayor. Dar un espacio y contactar con nuestra tristeza nos permitirá ver que no es tan mala como habíamos imaginado.

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Contrariamente a lo que mucha gente opina, cuando nos sentimos tristes, por ejemplo ante la muerte de un ser querido, o la pérdida de un trabajo, no necesitamos a nadie que nos anime a salir de esa situación, que nos diga que no hay para tanto, o bien que nos intente distraer con actividades varias. En los momentos de fragilidad en los que nos sentimos tristes, únicamente necesitamos tener a alguien al lado que nos escuche, y que nos ofrezca su apoyo y compañía. La presencia del otro, así como sentirnos libres para expresar el dolor vinculado a la tristeza, son dos elementos claves para poder transitar esa emoción y llegar así a la aceptación de una nueva realidad.

Admitir la pérdida vinculada a la tristeza nos permite aflojarnos, soltar lo que ya no tenemos, así como reconocer lo que sí tenemos. Cuando nos resistimos a reconocer la pérdida nos quedamos anclados en el pasado, nos negamos a aceptar la nueva realidad, y es entonces cuando pueden aparecer otras manifestaciones menos saludables de la tristeza como la nostalgia, la apatía el resentimiento y la culpa. Si nos quedamos fijados en la tristeza, podemos acabar sufriendo los denominados duelos patológicos, así como ciertos trastornos de tipo depresivo.


Existen también otros ejemplos que demuestran una gestión incorrecta de la tristeza, por ejemplo: cuando nos recreamos en la tristeza y la utilizamos de forma instrumental para conseguir algo del resto de personas, o bien cuando la usamos en sustitución de otra emoción que mantenemos reprimida, como la ira. En todos estos casos la tristeza nos conduce al aislamiento y la desconexión emocional, no sólo con el resto de personas, sino también con nosotros mismos.

A continuación os dejo un video sobre uno de los proyectos educativos que utilizan las emociones como un elemento básico en la formación de los niños.


Si quieres conocer más sobre la tristeza y las emociones, aquí te dejo otros de mis artículos.



Leslie Beebe

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