Emociones (II) La Alegría
Emociones (II) La Alegría. Mientras que en el artículo anterior hablábamos sobre la
tristeza como una emoción de recogimiento, que busca la aceptación de una
pérdida, hoy trataremos su polo opuesto, la alegría.
La alegría produce una energía expansiva, cálida, la cual nos
genera una sensación placentera que nos
invita a abrirnos y a compartir esa vivencia de bienestar con el resto del mundo.
Es fácil ver la alegría en otras personas a través de señales tan características
como son las risas, los abrazos, el contacto físico, los saltos, etc…
Social y culturalmente existe una presión para mostrarnos
siempre alegres a ojos del resto de personas, confundiendo ser feliz con estar
alegre. La alegría es una emoción, por tanto temporal y no duradera, mientras
que la felicidad es un estado. Tener momentos de alegría no implica ser feliz.
Tampoco la felicidad conlleva permanecer en una situación de alegría constante, sino más
bien encontrar un estado de equilibrio y paz con nosotros mismos y con el mundo
que nos rodea. La persona feliz es aquella que acepta su existencia como un
cúmulo de momentos, tanto tristes como alegres.
Desafortunadamente existen múltiples corrientes positivistas que
nos venden la idea de que es posible vivir en un mundo de felicidad constante.
Son escuelas que promueven el concepto de que si pensamos en positivo todo
aquello que deseamos se materializará ante nosotros. Aunque estoy de acuerdo
que la actitud personal para conseguir alcanzar una meta es fundamental,
tampoco lo es todo, pues existen multitud de factores en nuestra vida que
escapan de nuestro control. La verdadera realidad es que deberemos enfrentarnos a la decepción en más ocasiones de las esperadas, alejándonos así del ideal de felicidad.
Otras fuentes como la publicidad también buscan vendernos la
idea engañosa de que comprando un determinado producto llegaremos a ser felices. Existen
multitud de personas que pasan la vida esperando alcanzar aquello que supuestamente
les ha de hacer feliz; un trabajo, una casa, un coche, una pareja… sin embargo cuando
consiguen aquello que tanto desean se dan cuenta que siguen siendo infelices,
y reaccionan proyectando su deseo de felicidad en otra meta,
pasando así los años . La única forma de romper con esta tendencia es tomar conciencia que la verdadera felicidad solo puede encontrarse en uno mismo, y no en el exterior.
Volviendo a la emoción de la alegría, y como he dicho
anteriormente, debido al imperativo social que nos alienta a vivir en
un mundo en que debemos mostrarnos alegres a todas horas, se produce toda una
serie de efectos negativos en las personas.
En primer lugar porque por más esfuerzos que la persona haga
por querer mostrarse siempre feliz, no puede dar la espalda a una realidad, y
es que vivimos en un mundo cambiante, que nos demanda adaptación. Este
sobreesfuerzo por actuar desde una máscara de felicidad, para así ser aceptado
y querido por el resto, lo único que provoca es cansancio y frustración ante la
imposibilidad de alcanzar una meta tan deseada, pero a la vez tan irreal. En
estos casos es habitual utilizar la alegría en sustitución de otra emoción, como puede ser la tristeza o el miedo, generándonos malestar al no ser
consecuentes con nosotros mismos.
En segundo lugar la idea de una felicidad perpetua favorece a
que cada vez nos cueste más aceptar que la realidad no siempre se adecua a
nuestras expectativas, lo que deriva en una baja tolerancia a la frustración.
Cuando la realidad o las personas no se corresponden con lo que nosotros
esperamos de ellas, reaccionamos enfadándonos con el mundo y diciéndonos a
nosotros mismos que no es justo, como si existiese una justicia divina, que
curiosamente siempre debería estar de nuestro lado.
En tercer lugar, porque vivir en una alegría constante
significaría permanecer en un estado de euforia. La euforia es una
manifestación extrema de la alegría, un estado egoísta, donde no vemos ni empatizamos
con el resto de personas, lo que nos puede conducir al aislamiento del mundo.
Una correcta gestión de la alegría pasa por disfrutar de ella
cuando emerge, aceptando que alegría y tristeza son dos polos de una misma
realidad, y que por tanto la vida nos exige transitar por la distancia que las
separa. Existirán momentos en que las circunstancias de la vida nos llevaran a
la tristeza, y otros a la alegría, sin embargo lo importante es no quedarse anclados a ellas. Hay personas que desean vivir en una alegría permanente, como una forma evasiva para no contactar con el dolor o la tristeza. Otras personas adoptan el rol contrario, viviendo en una tristeza constante porque no se creen merecedoras de sentirse alegres en sus vidas. En ambos casos estas actitudes derivan en sufrimiento.
Para alcanzar nuestro equilibrio emocional debemos encontrar el punto medio de la polaridad, que en este caso lo denominamos como serenidad. La serenidad es una actitud que nos permite fluir con libertad entre la alegría y la tristeza, lo que nos conduce a una gestión emocional saludable.
Para alcanzar nuestro equilibrio emocional debemos encontrar el punto medio de la polaridad, que en este caso lo denominamos como serenidad. La serenidad es una actitud que nos permite fluir con libertad entre la alegría y la tristeza, lo que nos conduce a una gestión emocional saludable.
"Las emociones y los sentimientos son el lenguaje universal que debe ser honrado.Son la expresión auténtica de quiénes somos". Judith Wright
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La tristeza.
La rabia.
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Leslie Beebe
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